“El agua del grifo podría ser tu mejor aliada contra la hipertensión”
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El agua es vida, pero también es un reflejo de nuestro tiempo: un mundo donde hasta lo más básico está contaminado por microplásticos. Mientras el consumo de agua embotellada crece sin freno —en España se venden 5.331 millones de litros anuales—, un pequeño estudio de la Universidad del Danubio ha sacado a la luz un hallazgo inquietante: el tipo de agua que bebemos podría influir directamente en nuestra presión arterial. ¿La razón? Sustancias químicas como los ftalatos, presentes en los plásticos, que viajan silenciosamente hasta nuestro organismo. Este no es solo un debate ambiental, sino un rompecabezas de salud pública que empieza a revelar sus primeras piezas.
El auge del agua embotellada: un negocio con sombras
España es un ejemplo claro de la paradoja global: mientras el grifo ofrece agua potable de calidad, las ventas de agua embotellada crecen un 2,5% anual. Según estimaciones públicas, el consumo en hogares aumentó hasta un 44% en los últimos años, impulsado por la percepción de que es más “saludable”. Pero detrás de esta tendencia hay un problema oculto: cada botella de plástico libera microplásticos y sustancias como ftalatos, usados para dar flexibilidad al envase.
Una botella de PET (tereftalato de polietileno) expuesta al calor o a la luz solar puede liberar hasta 16.000 partículas de microplásticos por litro, según estudios de la Universidad de Newcastle.
El estudio austriaco que cambia la conversación
En 2023, un equipo de la Universidad del Danubio realizó un ensayo clínico con solo ocho personas sanas. Durante semanas, sustituyeron el agua embotellada por agua del grifo. Los resultados fueron reveladores: la presión arterial diastólica (la cifra baja, relacionada con la resistencia vascular) disminuyó, especialmente en mujeres. Aunque el estudio es preliminar (por su reducida muestra), abre la puerta a una hipótesis sólida: los ftalatos en el agua embotellada alteran mecanismos fisiológicos clave.
¿Por qué los ftalatos podrían ser los culpables?
Los ftalatos son disruptores endocrinos conocidos por interferir con el sistema hormonal. En el estudio austriaco, se sugiere que estas sustancias afectarían la regulación de líquidos y electrolitos, aumentando la retención de sodio y, por ende, la presión arterial. Aunque el cuerpo humano tiene mecanismos para equilibrar estos procesos, la exposición crónica a químicos plásticos podría saturarlos.
Un informe de la Agencia Europea de Sustancias Químicas (ECHA) advierte que el DEHP (un tipo de ftalato) está asociado con daños hepáticos y alteraciones metabólicas.
El dilema de los microplásticos: no todos son iguales
No es lo mismo beber agua de un grifo con partículas de PVC que de una botella con PET. La clave está en la composición química de los plásticos. Por ejemplo, el PET se considera “seguro”, pero su degradación libera antimonio, un metal pesado. Mientras, el PVC (usado en tuberías viejas) contiene cloruro de vinilo, clasificado como carcinógeno.
¿Debemos alarmarnos?
El estudio austriaco tiene limitaciones: muestra pequeña, corta duración y falta de control de variables como la dieta. Sin embargo, su valor radica en señalar una brecha en la regulación: la mayoría de las normativas sobre agua embotellada no miden ftalatos ni microplásticos. Como consumidores, ¿sabemos realmente qué bebemos?
El agua embotellada no es el villano absoluto, pero sí un recordatorio de que la comodidad tiene un costo invisible. Cada botella que compramos es un grano de arena en una montaña de plástico que, tarde o temprano, vuelve a nosotros en forma de partículas indeseables. El hallazgo de la Universidad del Danubio no es una condena, sino una llamada a profundizar en cómo los microplásticos reconfiguran nuestra salud. Mientras la ciencia avanza, quizá valga la pena preguntarnos: ¿realmente necesitamos tanta agua envasada, o es hora de reconciliarnos con el grifo?
Sin embargo, este debate no puede ignorar realidades como las de Latinoamérica, donde, según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), el 30% de la población aún carece de acceso a agua potable gestionada de forma segura. En países como México, Bolivia, Perú o Honduras, la desconfianza hacia el agua del grifo (por contaminación, infraestructura deficiente o falta de tratamiento) hace que el consumo de agua embotellada no sea un lujo, sino una necesidad. Para millones de personas, elegir entre microplásticos y enfermedades gastrointestinales no es una disyuntiva, sino una doble carga. Esto no invalida los riesgos de los ftalatos, pero sí expone una brecha global: mientras algunos países pueden permitirse regular el plástico, otros ni siquiera garantizan agua limpia. La solución, quizás, no está en demonizar una opción, sino en exigir avances simultáneos: infraestructuras públicas robustas y normativas que eliminen los químicos tóxicos de los envases. Por ahora, en muchos lugares del mundo, el agua embotellada sigue siendo el mal menor.
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